Entre
los días 15 y 21 de febrero, los alumnos de tercero y cuarto de la ESO tuvimos
la oportunidad de vivir una gran experiencia, al organizarse un viaje a
Inglaterra, a la ciudad de Bury Saint Edmund.
Aquella
madrugada del sábado 15 de febrero de 2014 una ilusión especial nos acompañaba
al subirnos al autobús que nos llevaría al aeropuerto de Barajas, la ilusión que
suponía empezar un viaje tan prometedor como aquel. Éramos un grupo de alumnos
de tercero y cuarto de la ESO quienes, acompañados de los profesores Azucena y
Roberto, viviríamos esa experiencia.
No
fue hasta pasadas las nueve de la noche cuando llegamos a Bury, agotados tras
un viaje que se había prolongado más de la cuenta al retrasarse seis horas
nuestro vuelo, aumentando aún más nuestras ganas de conocer la ciudad y las
familias con los que pasaríamos la siguiente semana. Pese al cansancio, todos
aprovechamos para hablar con ellos y conocerlos un poco antes de irnos a
relajarnos y dormir.
Al
día siguiente, domingo, teníamos programado un tour por el pueblo, para conocer
sus calles pintorescas, cargadas de tiendas, bares y boutiques, su cultura y
sus monumentos. Algunos tuvimos la suerte de que nuestras familias nos lo
habían mostrado antes, mientras conversábamos con ellos en inglés, caminando
por los “AbbeyGardens” o entrando en la imponente catedral.
En
el tour, nos repartieron en tres grupos, al azar, cada uno con una profesora de
allí, de diferentes edades y diferentes maneras de vivir, pero las tres muy
agradables y atentas con nosotros. Después de este recorrido tan interesante,
tuvimos tiempo libre para ir de compras, hacer turismo, fotos o irnos a casa, a
cenar.
La
cena allí es la comida más importante del día y las familias acostumbran a
reunirse alrededor de la mesa, todos juntos. Se cena sobre las seis de la
tarde, es decir, los horarios ingleses son muy diferentes y a todos nos costó
un poco acostumbrarnos, aunque luego nos parecía bastante normal.
Al
día siguiente tuvimos una prueba de nivel por la mañana y, después de una
parada a las doce y media para comer un picnic que nuestras familias nos
preparaban cada día, nos dieron los resultados y comenzaron nuestras clases,
que acababan a las cuatro menos cuarto, hora a la que éramos libres para ir de
compras, de paseo o a donde quisiéramos.
Así,
poco a poco, fuimos descubriendo el lugar y viviendo nuestra experiencia. Por
la mañana teníamos una hora de clases, cada uno en su nivel, con su profesora.
Después de comer, preparábamos un proyecto cuyo objetivo era acercarnos, un
poco más, a la cultura inglesa: literatura, deportes, reciclaje, música... Una
vez fuera de clase, íbamos de tiendas, a comprar o sencillamente a ver las
preciosas boutiques y tiendas que probaban las calles del centro (de ropa, de
libros, de adornos, de discos…) Algunos fuimos a la bolera algún día, para
jugar una partida o sencillamente para disfrutar del ambiente y de los otros
juegos.
El
miércoles, después de comer, nos vino a buscar un autobús para llevarnos a
visitar Cambidge, que no estaba lejos de Bury. La experiencia fue inigualable.
Siempre recordaremos aquellas calles céntricas llenas de bicicletas, los
puentes que atravesaban el río y, sobre todo, los edificios de la universidad,
pues todo el centro era un campus gigante lleno de “colleges” bastante
antiguos. Cierto, jamás olvidaremos la ciudad de las bicicletas, de las tiendas
de recuerdos, libros, dulces y ropa, de las calles de piedra dispuestas en
forma de laberinto…
Y,
entre unas cosas y otras, la semana se nos pasó volando, nos lo pasamos
bastante bien, hubo contratiempos, pero no nos impidieron disfrutar de esa
maravillosa experiencia.
Y
de repente llegó el viernes, el día de regresar a Zamora, el último día de esa
aventura. Nos despedimos de esas familias que tan amablemente nos habían
acogido en su casa, y todos quedamos con el corazón algo encogido. Nos
despedimos también de nuestras profesoras, de la escuela, incluso del conductor
del autobús. En el aeropuerto de Luton, antes de tomar un vuelo a Madrid, e
incluso en el autobús, camino de Zamora, aún estábamos algo emocionados,
entristecidos por irnos, pero felices por haber estado allí. Habíamos llenado
nuestras maletas de regalos para nuestra familia y amigos, de ropa nueva, de
otros objetos que nos habían llamado la atención. Pero, sobre todo, de
recuerdos, de cosas que habíamos aprendido y de una experiencia INIGUALABLE.
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